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Acrimen
Aquella mañana de Agosto sonó el despertador a las siete de la mañana. Un joven pegó un salto de la cama, sin miramientos, y lo apagó. Éste era el día, el momento perfecto para llevar a cabo sus planes. Se vistió un pesado abrigo negro con capucha y una bufanda y salió de la cabaña, topándose con la nieve, dirigiéndose a recorrer las pocas verstas que le separaban del poblado montañés en el que vivía.
- Debo tener mucho cuidado, -pensaba- no dejar ningún cabo suelto. Tratar de que nadie me vea la cara, y sobre todo esconder el arma, Dios mío, ¡ni siquiera sé cuál va a ser el arma!¡A pesar de llevar meses planeándolo! Lo mejor es improvisar, ir viendo las cosas por el camino, pero con tacto y mucho cuidado, por supuesto. Nada de dejar las cosas al azar.
- ¡Eh!¡Ibinazne! –le gritaron.
Él iba tan ensimismado en sus pensamientos que ni siquiera oyó quién le llamaba. El hombre tuvo que correr para llegar hasta su altura, y le detuvo poniéndole la mano sobre el hombro.
- ¡Ibinazne!¿Qué te pasa? ¡Llevo media hora llamándote!
- ¡Rindava! Perdona, iba pensando en mis cosas. –respondió el joven.
- ¡No pasa nada! Oye, ¿cómo es que has madrugado tanto hoy? Normalmente no te despiertas hasta la hora de la cena, o incluso más tarde. ¿Qué te ha pasado? ¿Es que estás enfermo?
- No, ni mucho menos. Es que... tengo que bajar al pueblo... por unos papeles. –entonces se le ocurrió la idea- Escucha, ¿podrías prestarme alguno de los caballos de tu cuadra? Me vendría bastante bien por las distancias que tengo que recorrer esta mañana. ¿Me lo prestarías?
- Depende. ¿Tardarás mucho?
- Si voy a caballo no. Supongo que terminaría sobre las doce.
- Entonces sí. Los míos no comen hasta las dos. Ven, sígueme.
Ibinazne acompañó a Rindava hasta su granja, a pocos metros de allí. “Si voy a caballo”, pensaba, “será más fácil que la gente se acuerde de mí, pero por otro lado me será más fácil transportar el cadáver si tengo ocasión de ello. Enterrarlo en la nieve podría borrar las huellas que quizá quedasen.”
- Este es, -dijo Rindava señalando un enorme corcel negro- se llama Folie. Cuando llegó aquí no había Dios que pudiese montarlo, pero he conseguido reducirlo y convertirlo en manso. Ahora parece más bien un corderito. ¿Sabrás montarlo?
- Claro que sí. –respondió- Estuve practicando este verano, en Austria. Cuando fui a visitar a mis primas.
- Está bien. Entonces es todo tuyo. Yo voy a seguir cortando madera, te espero a las doce.
“De acuerdo”, dijo Ibinazne, mientras le colocaba las riendas. En poco tiempo estuvo hecho, y no se demoró en montar sobre él. Hizo el camino hasta Mendelzhiev a través de los campos de esquí, con sus negras banderas ondeando bajo el sol. Trataba de que la gente no reparase demasiado en él. Aún así, los niños le miraban y señalaban, divertidos por el animal.
Tuvo que atar a Folie en las rejas de la ventana de una casa cualquiera, pues no había otro lugar. Se dirigió a la tienda, aún con la cabeza bulléndole de ideas.
- Puede que un taladro eléctrico, -pensaba- o un hacha. O algo más limpio y con menos sangre, como un alambre. Pero no creo que tenga fuerzas para ahorcarla, a ella no. Si por lo menos pudiese encontrar una pistola, o un rifle, sería estupendo. Pero el disparo llamaría demasiado la atención, tendría la policía pisándome los talones al poco tiempo.
Sin darse cuenta, entró en la tienda, y empezó a manosear instrumentos de cocina, buscando alguno que le sirviese en su encomienda. Por sus manos pasaban sierras, cascanueces y cuchillos. Pensó que un cuchillo sería lo mejor. Escogió uno largo y ancho, un machete.
- ¿No quiere nada más? –preguntó el vendedor.
Ibinazne pensó que comprar sólo aquello resultaría sospechoso. Pidió unos metros de alambre, y también un sacacorchos, pero tuvo que dejar éste último por problemas de dinero.
- Pronto, -pensó- no tendré problemas con el dinero, y todo se solucionará entonces. Alcanzaré al menos a adecentarme lo suficiente como para atreverme a buscar trabajo. Podré salir del bache, pero esto es necesario. Nadie puede levantarse del fango si no es con un billete en el bolsillo.
Salió disparado de allí, las manos le temblaban. El momento estaba ya cerca, pero, ¿se atrevería de verdad a hacer lo que pensaba hacer? ¿Matar a una mujer indefensa por unas pocas monedas, quizá unas cuantas joyas? Pronto lo descubriría. La necesidad le impelía desesperadamente a llevar sus planes a cabo. Dentro de pocos meses se acabaría el dinero para comer, y después le echarían de su cabaña, ¡de su querida cabaña, donde había vivido desde que tenía uso de razón! No podía permitirlo, no importaba el precio.
Atravesó varios callejones hasta llegar a aquél lugar. El camino estaba desierto, por allí apenas pasaba gente. Lo había descubierto porque durante los últimos meses, lo habían transitado una o dos personas, no más. Y ambas con el mismo destino que él: Inga.
Inga era prestamista. En su piso tenía apiladas varias cajas rellenas de joyas que la gente empeñaba, y luego no tenía dinero para desempeñar. Pero vendía poco, y todas aquellas piedras, anillos, diademas... se le apilaban sin utilidad. Muy poco frecuentemente, y sólo cuando Inga tenía realmente problemas económicos, cogía dos o tres de aquellas cajas y las desplazaba a una joyería cercana, donde las revendía para recuperarse.
Una idea detuvo a Ibinazne un segundo. ¿Cómo pensaba llevarse de allí, al mismo tiempo, el cadáver y las joyas? Tendría que dejar una de ambas, y sin embargo, ninguna era prescindible. Aunque todo aquello lo estaba haciendo por las joyas, por el dinero. Definitivamente debería dejar el cadáver allí.
Llamó a la puerta, Inga abrió. “Vengo a empeñar esto”, dijo Ibinazne, señalando su anillo. “Veámoslo”, dijo ella, observándolo con atención. “Puedo darte doscientos francos por él”, dijo. “Me parece justo”, respondió Ibinazne.
Hicieron el cambio e Ibinazne salió de la tienda. El cuchillo le ardía bajo el abrigo, las manos le seguían temblando. Tenía que lanzarse sobre ella, era el momento justo.
- Adiós. –dijo Inga. Y cerró.
Ibinazne se dio la vuelta y regresó al caballo. Vender aquel anillo no era lo que quería, debería haber habido sangre. Pero miró los doscientos francos. Durante un tiempo servirían. Y quizá si encontrase un buen trabajo podría desempeñar el anillo de su difunta madre.
- Quizás este es el camino que debía haber seguido desde el principio. –pensó Ibinazne- No es necesario matar a nadie para llegar a donde se desea. Un poco de esfuerzo puede evitarme el desagradable momento de utilizar este cuchillo. Definitivamente, siempre hay una alternativa.
FIN
PUNTUACIONES Y COMENTARIOS DEL JURADO:
Alexandra
Puntuación: 8
Excelente relato, estilo y técnica sin perder sencillez. La historia atrapa, y el final como ya he dicho, es excelente. Por poner algún pero, y aunque comprendo perfectamente la relación entre la historia y la imagen del concurso, si puede decirse que está un poco “traída por los pelos”, quizás un tanto difusa y su originalidad sea a la vez su mayor defecto. La personalidad del protagonista principal está realmente bien trabajada.
Fandhir
Puntuación: 8.60
Excelente! Un relato muy a lo Philip Dick. Le hubiera puesto un puntaje mayor si la relación con la imagen en la que debería basarse el relato fuera un poco mas fuerte.
Apostle
Puntuación: 7.92
Excelente relato, sería mucho mejor si Ibinazne no se pareciese tanto al Raskólnikov de Crimen y Castigo, o si tuviera otro objetivo igual de conflictivo que asesinar a una prestamista. Puede tener disculpa si, como afirmas, se trata de un "pequeño" guiño a Dostoievski, pero mella un poco la originalidad del relato. La redacción es impecable, pero hay que estrujarse un poco los sesos para creer que es un relato basado en la imagen propuesta.
Judas
Valoración inicial: 5
Estructura: 1
Ortografía: 0,5
Originalidad: 1
Lenguaje: 0,8
¡El punto Salinaaaasss!: 1
Puntuación total: 9,3
Este relato, pese a haber necesitado algunas aclaraciones de su autor con respecto a la concordancia con la imagen, es el que elijo como campeón por su técnica, su originalidad y su final didáctico. También me ha parecido muy valiente su iniciativa.
Immortality
ort: 1
tec: Muy buena: 3
orig: ¡Guau! ¡Esto sí que no me lo esperaba! La primera oración ya me dijo que esta no sería una historia convencional: "...sonó el despertador a las siete de la mañana": 3
sent: Esta historia no pude dejar de leerla hasta llegar al final. Es tan fuera de lo común y tan diferente a lo que esperas cuando ves la imagen en la que debería basarse que *tienes* que terminar de leerla: 3
Nota: Aunque la historia en sí no ha despertado el sentimiento de "El Fin", tengo que darle el crédito que merece. No es como las demás, ésta es la que sale del molde de "batalla épica basada en d&d", no tiene hoyos en la trama, el final es completamente inesperádo y mira, hasta con moraleja. Un 10 merecido al cien por cien. ¡Buen trabajo!
Puntuación total: 10
Jesugandalf
Puntuación: 8
PUNTUACIÓN MEDIA: 8.63
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